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Liderazgo: creer que hay dos bandos es el problema.

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“Divide y reinarás”

Durante toda mi vida he recibido información acerca de que “el mundo se divide en dos”. Y a esa frase agréguele lo que quepa: seres humanos y los animales; buenos y malos; altos y bajos; enfermos y sanos; líderes y liderados, jefes y empleados, etc. No veo nada de malo en eso, si se trata de darle algun orden a la información para entender el mundo en el que habitamos.

Lo que sí veo con ojos de preocupación es la manera como hacemos uso de esa clasificación. Porque en lugar de vernos como complementarios –donde nos deberíamos permitir la búsqueda de un balance– lo hacemos al revés. Nos vemos como opuestos, como contrarios, como enemigos. Y nos han enseñado a que al enemigo se le ataca o se le elimina.

En ese afán por “eliminar” al supuesto contrario (o lo que llaman los expertos: ser competitivos), hemos perdido la compasión y la empatía. Ambas son habilidades propias de la humanidad. Es decir, no necesitamos ir a una academia para aprenderlas. Son naturales, espontáneas. Lo que sí aprendimos fue a no darle buen uso porque un egoísmo extremo nos envuelve, al punto de actuar en función de resolver nuestro problema primero, sin importar si los demás también salen beneficiados.

En su libro “Crisis: Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos”, Jared Diamond explica algunos factores que se requieren para que una nación enfrente una crisis y pueda resolverla. Uno de ellos es la identidad nacional, y la define así: “La identidad nacional apela a aquellas características de la lengua, la cultura y la historia que hacen que un país sea único entre todos los del mundo, que contribuyen al orgullo nacional y que los ciudadanos de una nación consideran que comparten”.

En una sociedad totalmente desafinada, con cada quien tirando para su lado, pareciera que estamos muy lejanos con respecto a reconocernos como humanidad y que –a fortuna de nuestras diferencias– solo podemos evolucionar en la medida en que lo hagamos colectivamente. Mantener el discurso que abre brechas seguirá siendo un error.

Pongamos esto en un escenario musical para ilustrarlo. Imagine un grupo de músicos (los que usted quiera), tocando durante un concierto y actuando con la forma de pensamiento que he expuesto: los instrumentos afinados acorde con el criterio de cada músico, cada uno tocando sólo lo que le corresponde, e intentando hacerlo cuando el quiere y no cuando se necesita, y creyendo que la orquesta se divide en dos bandos que deben eliminarse entre si. ¿Cómo se imagina que saldría el concierto? ¡Exacto, un desastre! No habría música, sólo caos.

Lo mismo pasa con la forma en la que hoy nos estamos relacionando, creyendo que somos dos bandos y que solo uno de ellos es el que sobrevive. La horizontalidad de las relaciones humanas se basa en la eliminación de las brechas, precisamente. En un escenario en donde todos nos sintamos con las mismas posibilidades, y aportando a la comunidad desde las diferencias. Así, como funciona la música, en donde –en el fondo– no importa lo lindo que esté sonando sino que lo estamos haciendo juntos, porque es imposible hacer música si no hay empatía y esta nos hace sentir a los músicos, que no hay bandos sino colegas solidarios.

Ricardo Gómez G

Musiconomista

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